¿Debe cambiar el actual modelo sindical para recuperar el sindicalismo?
(Artículo publicado en el periódico Diagonal el 22/11/2014)
Miguel Perera I Diplomado en Relaciones Laborales. Asesor Laboral de la Consultoría Primero de Mayo
Últimamente no resulta extraño leer o escuchar en alguna tertulia que el sindicalismo se encuentra en una profunda crisis. Si analizamos la realidad nos topamos con una clara debilidad sindical, aspecto que viene también entroncado con la escasa densidad afiliativa y, quizás el aspecto más importante, una clara desafección de las trabajadoras y trabajadores por las organizaciones sindicales. Quienes habitualmente reflexionamos sobre la crisis del sindicalismo lo hacemos convencidos de su importancia y trascendencia. Pocas o muy pocas veces llegamos a poner en entredicho el modelo y la orientación del sindicalismo. La pregunta entonces se traduce en ¿es necesario este sindicalismo?
No cabe duda que el actual modelo sindical es incapaz de contrarrestar el golpeo constante del neoliberalismo, y de la misma forma evitar la gradual y constante desafección de la clase trabajadora con el mismo, que va asociada a la falta legitimidad de los sindicatos como agentes sociales. No cabe duda que incide especialmente en esta percepción los bajos porcentajes de afiliación, la escasa capacidad de movilización y negociación, la excesiva dependencia de recursos estatales externos, etc. Pero quizás lo más importante, a mi modesto entender, es que el debilitamiento sindical no es únicamente un efecto externo, sino que es consecuencia de la propia acción sindical.
Leyendo las aportaciones que se han publicado en los últimos años no he conseguido distinguir que se pusiera especial énfasis en la necesidad de reencontrar la acción sindical, su comportamiento, su finalidad, las tácticas empleadas. Pocos estudios analizan las estructuras sindicales, ¿no es necesario replantearlas? Pero lo más significativo, o lo que más sorprende es que no se analice el modelo sindical. Normalmente se pasa de puntillas por la burocratización sindical; un modelo basado en la lógica de la concertación que ha venido sustituyendo las garantías internas de supervivencia del sindicalismo (justicia, igualdad, conquista de derechos) por las externas, esto es; por los apoyos y reconocimientos institucionales, desatendiendo a la mayoría de las y los trabajadores que bien están en el desempleo, o están en trabajo precario y/o sumergido.
Tal y como afirma Letamendia (2009), la actual preocupación de los sindicatos es la de ser agentes de concertación y no de defensa de intereses de clase. Desde los pactos de la Moncloa se ha ido un modelando un sindicalismo que tiene como objetivo la supervivencia y estabilidad del actual sistema de relaciones laborales. Lo que pretende el sindicalismo institucional es satisfacer la necesidad de orden que los grandes capitales dictan a cambio de valor –reconocimiento– y poder. Esta teoría del sindicalismo institucional desarrollada entre otros por Dunlop, ha sido y es la que domina en el Estado español. El sindicalismo institucional se ha visto reforzado porque sus posibles alternativas han intentado competir en el juego del reconocimiento institucional, o han sido incapaces de desarrollar un modelo aceptable.
No voy a cargar tintas contra CCOO y UGT por el asunto de las tarjetas negras (a este respecto, interesante crítica y rechazo de la corrupción sindical realizada por Rodolfo Benito en el programa de Fort Apache). Pero si es importante analizar otras estrategias sindicales más comunes, menos llamativas pero más dolosas para el sindicalismo. Así os encontramos con la doble escala salarial, la gestión del Patrimonio Sindical Acumulado, la política sindical ante los ERE (amañados o no), los cursos de formación, la financiación interna de los sindicatos, las diferentes reformas laborales concertadas por los sindicatos institucionales más representativos, donde por ejemplo se concertaron las indeseables empresas de trabajo temporal.
Uno de los graves problemas del sindicalismo es el excesivo peso de la representatividad sobre la densidad sindical (afiliación). Tal y como explican Artiles y Köhler, la representatividad es una construcción social que se produce a tenor de las condiciones asociativas, la dinámica de los hechos y las peculiaridades de la estructura económica. Pero además es un concepto iuslaboralista que necesita que las autoridades públicas concedan un plus de poder institucional a aquellas organizaciones que se entiende que están mejor preparadas para intermediar en el mercado laboral.
Por supuesto, esta construcción social se realiza en respuesta a unos intereses concretos, de forma compleja y, en general, está diseñada para evitar el conflicto pero no para superar sus causas. Como afirman Artiles y Köhler, la concentración de la representatividad favorece el control del conflicto y la gobernabilidad.
En general la idea de representatividad está entroncada con la representación unitaria (delegados de personal y comités de empresa) a través de estas "instituciones", y asentados en la proporcionalidad se favorece su concentración, con el consiguiente control del conflicto y de la gobernabilidad de las relaciones laborales a que hacían mención Artiles y Köhler. El resultado habitual es convertir a los sindicatos mayoritarios en fuerzas hegemónicas, pues cuentan con el respaldo de la patronal y su beneplácito.
Autores como Baylos defienden las bondades de la representación unitaria, ya que según ellos, mantiene la unidad de clase al basar la representatividad en el centro de trabajo de una manera inclusiva para todos los sujetos. Sin embargo, las elecciones sindicales segregan conscientemente a las trabajadoras en categorías profesionales: técnicos y administrativas, especialistas y las no cualificadas; las contratadas por la empresa de aquellas con una antigüedad menor de seis meses, las trabajadoras de alguna ETT o de aquellas personas trabajadoras que forman parte de los servicios externalizados (contratas, autónomas, etc.).
Difícilmente se puede mantener hoy en día el argumento de que las elecciones sindicales son un soporte de la unidad de clase, cuando los procesos de externalización son una práctica generalizada y cada vez más profusa. Es decir, en un mismo espacio se producen multitud de situaciones diferentes a las que la representación unitaria no puede responder, porque no le interesa ni legal ni convencionalmente, o bien porque no caen directamente bajo su ámbito de representación (por ejemplo las trabajadoras externalizadas o subcontratadas). La lógica de las representaciones unitarias conduce a que éstas atiendan a los sujetos estables en la estructura, marginando doblemente a quienes ya sufren la precariedad más alta, ya que estas no son potenciales votantes y, legalmente, no pueden representarlas. Los ejemplos más característicos se encuentran en muchas grandes empresas, en las que los eventuales, además de la precariedad, perciben salarios significativamente menores.
La representación unitaria posee actualmente una capacidad menguada para aunar a la clase trabajadora, los efectos de esta son evidentes en la práctica cotidiana. Y esta evidencia no es sólo constatada en nuestra realidad sindical tal y como lo recoge Boltanski y Chiapello cuando se refieren a la representación unitaria evidenciando desde otra óptica, la crisis del actual modelo; “[de] este modo, el proceso de descalificación de los sindicatos se vio de nuevo alimentado porque el protagonismo de las elecciones contribuyó al olvido de los afiliados, hasta el momento en que se advirtió que una pérdida de la implantación demasiado avanzada contribuía a la regresión electoral y que la abstención vaciaba de sentido la organización de elecciones (Labbé, Croizat y Bevort, 1989)”.
Es evidente que la representación unitaria no es un modelo que ayude a los sindicatos a reforzarse, como tampoco puedan ser una herramienta muy útil para la defensa de los intereses de clase. Lo que no cabe duda es su capacidad para la defensa del corporativismo laboral, a tenor de los resultados.
El debate entonces se centra en ¿cómo realimentar los sindicatos? No puede ser de otra forma que cambiando, o reforzando la fórmula de representación sobre la de representatividad.
La representación directa de los sindicatos en las empresas se articulan a través de las secciones sindicales. Al contrario de la representación unitaria no necesitan de la tutela, como tampoco del padrinazgo del empresario a la hora de ser creadas, y responden únicamente a la voluntad de las personas afiliadas al sindicato, incluso a la voluntad del propio sindicato.
Hemos de comprender que las secciones sindicales son parte interna del sindicato, y no […] instituciones contrapuestas, ni siquiera paralelas, sino que aparecen totalmente vinculadas e interrelacionadas al abordar el tema de los representantes sindicales en cuanto que instancias del sindicato en la empresa […]. No puede entenderse que tanto la legislación actual, como la práctica mayoritaria del sindicalismo las secciones sindicales ocupen una posición secundaria. Mucho menos es razonable es que sea beneficioso para el sindicalismo, cuando las secciones sindicales persiguen la acumulación de fuerzas para existir y erigirse como un contrapoder al empresario. Yendo más allá del discurso de representatividad necesaria para la gobernanza de las relaciones laborales.
Desde esta perspectiva organizativa el proceso de deconstrucción de unidad de clase se mantiene con el sistema electivo, al contrario de lo que ocurre con el modelo sindical que se convierte en aglutinador al no respetar la creciente flexibilización o externalización predominante en los comportamiento empresariales. En otras palabras, la complejidad organizativa de la actuación empresarial, las fracturas del sistema de la personalidad jurídica que ello lleva aparejado, y los múltiples elementos de coordinación del empresario, no permiten la representación unitaria ser herramienta operativa.
En la sección sindical tiene cabida cualquier trabajador con independencia de su modelo contractual; fijo-indefinido, falso autónomo, eventual directo o a través de empresa de trabajo temporal,y con independencia del departamento en el que trabaje.
La aglutinación se produce en una doble vertiente, en primer lugar en el centro de trabajo, y en segundo lugar en otro espacio donde que los objetivos económicos y políticos son recogidos en un mismo organismo –el sindicato–, área donde se comparten inquietudes afectivas, solidarias sensaciones con respecto a ciertas ideas, cosas y actos3 rompiendo la organización atomizada de las empresas que pretende segregarles y enfrentarles ante una misma realidad.
Las necesidades de acercamiento de la realidad de la empresa, que manifestaba Baylos a través del conflicto entre los comités de empresa –órganos no sindicales– y el propio sindicato para que este último no perdiera la realidad que impera en la empresa, entendemos que quedan superadas a través de fórmulas participativas, o cotas de democracia interna más altas, en tanto que sean las trabajadoras y los trabajadores quienes conduzcan a las organizaciones sindicales.
La pugna interna que se produce entre el sindicato como macroestructura, y la representación en el centro de trabajo –sección sindical–, de existir, desaparece en tanto que la sección sindical pueda estar presente en los órganos de gestión del propio sindicato, (ejemplo significativo son los acuerdos del X Congreso de la CNT) influyendo tanto en la gestión directa del mismo, como a través de la asamblea de sus miembros en la toma de decisiones que el propio sindicato toma.
En el actual contexto las secciones sindicales son la viva esencia del sindicato en la empresa, en tanto que son una parte organizativa del mismo, su dinámica en la empresa no es electiva sino de base asociativa, necesita de la misma para su existencia y mantenimiento como elemento aglutinador, partiendo de intereses comunes, estabilidad en el empleo, justicia social, etcétera. Si se necesita revitalizar el sindicalismo es necesario cambiar también el modelo de representación, dando mayor cobertura a la representación sindical, y a su vez cambiar los criterios de representatividad.
Miguel Perera I Diplomado en Relaciones Laborales. Asesor Laboral de la Consultoría Primero de Mayo
Últimamente no resulta extraño leer o escuchar en alguna tertulia que el sindicalismo se encuentra en una profunda crisis. Si analizamos la realidad nos topamos con una clara debilidad sindical, aspecto que viene también entroncado con la escasa densidad afiliativa y, quizás el aspecto más importante, una clara desafección de las trabajadoras y trabajadores por las organizaciones sindicales. Quienes habitualmente reflexionamos sobre la crisis del sindicalismo lo hacemos convencidos de su importancia y trascendencia. Pocas o muy pocas veces llegamos a poner en entredicho el modelo y la orientación del sindicalismo. La pregunta entonces se traduce en ¿es necesario este sindicalismo?
No cabe duda que el actual modelo sindical es incapaz de contrarrestar el golpeo constante del neoliberalismo, y de la misma forma evitar la gradual y constante desafección de la clase trabajadora con el mismo, que va asociada a la falta legitimidad de los sindicatos como agentes sociales. No cabe duda que incide especialmente en esta percepción los bajos porcentajes de afiliación, la escasa capacidad de movilización y negociación, la excesiva dependencia de recursos estatales externos, etc. Pero quizás lo más importante, a mi modesto entender, es que el debilitamiento sindical no es únicamente un efecto externo, sino que es consecuencia de la propia acción sindical.
Leyendo las aportaciones que se han publicado en los últimos años no he conseguido distinguir que se pusiera especial énfasis en la necesidad de reencontrar la acción sindical, su comportamiento, su finalidad, las tácticas empleadas. Pocos estudios analizan las estructuras sindicales, ¿no es necesario replantearlas? Pero lo más significativo, o lo que más sorprende es que no se analice el modelo sindical. Normalmente se pasa de puntillas por la burocratización sindical; un modelo basado en la lógica de la concertación que ha venido sustituyendo las garantías internas de supervivencia del sindicalismo (justicia, igualdad, conquista de derechos) por las externas, esto es; por los apoyos y reconocimientos institucionales, desatendiendo a la mayoría de las y los trabajadores que bien están en el desempleo, o están en trabajo precario y/o sumergido.
Tal y como afirma Letamendia (2009), la actual preocupación de los sindicatos es la de ser agentes de concertación y no de defensa de intereses de clase. Desde los pactos de la Moncloa se ha ido un modelando un sindicalismo que tiene como objetivo la supervivencia y estabilidad del actual sistema de relaciones laborales. Lo que pretende el sindicalismo institucional es satisfacer la necesidad de orden que los grandes capitales dictan a cambio de valor –reconocimiento– y poder. Esta teoría del sindicalismo institucional desarrollada entre otros por Dunlop, ha sido y es la que domina en el Estado español. El sindicalismo institucional se ha visto reforzado porque sus posibles alternativas han intentado competir en el juego del reconocimiento institucional, o han sido incapaces de desarrollar un modelo aceptable.
No voy a cargar tintas contra CCOO y UGT por el asunto de las tarjetas negras (a este respecto, interesante crítica y rechazo de la corrupción sindical realizada por Rodolfo Benito en el programa de Fort Apache). Pero si es importante analizar otras estrategias sindicales más comunes, menos llamativas pero más dolosas para el sindicalismo. Así os encontramos con la doble escala salarial, la gestión del Patrimonio Sindical Acumulado, la política sindical ante los ERE (amañados o no), los cursos de formación, la financiación interna de los sindicatos, las diferentes reformas laborales concertadas por los sindicatos institucionales más representativos, donde por ejemplo se concertaron las indeseables empresas de trabajo temporal.
Uno de los graves problemas del sindicalismo es el excesivo peso de la representatividad sobre la densidad sindical (afiliación). Tal y como explican Artiles y Köhler, la representatividad es una construcción social que se produce a tenor de las condiciones asociativas, la dinámica de los hechos y las peculiaridades de la estructura económica. Pero además es un concepto iuslaboralista que necesita que las autoridades públicas concedan un plus de poder institucional a aquellas organizaciones que se entiende que están mejor preparadas para intermediar en el mercado laboral.
Por supuesto, esta construcción social se realiza en respuesta a unos intereses concretos, de forma compleja y, en general, está diseñada para evitar el conflicto pero no para superar sus causas. Como afirman Artiles y Köhler, la concentración de la representatividad favorece el control del conflicto y la gobernabilidad.
En general la idea de representatividad está entroncada con la representación unitaria (delegados de personal y comités de empresa) a través de estas "instituciones", y asentados en la proporcionalidad se favorece su concentración, con el consiguiente control del conflicto y de la gobernabilidad de las relaciones laborales a que hacían mención Artiles y Köhler. El resultado habitual es convertir a los sindicatos mayoritarios en fuerzas hegemónicas, pues cuentan con el respaldo de la patronal y su beneplácito.
Autores como Baylos defienden las bondades de la representación unitaria, ya que según ellos, mantiene la unidad de clase al basar la representatividad en el centro de trabajo de una manera inclusiva para todos los sujetos. Sin embargo, las elecciones sindicales segregan conscientemente a las trabajadoras en categorías profesionales: técnicos y administrativas, especialistas y las no cualificadas; las contratadas por la empresa de aquellas con una antigüedad menor de seis meses, las trabajadoras de alguna ETT o de aquellas personas trabajadoras que forman parte de los servicios externalizados (contratas, autónomas, etc.).
Difícilmente se puede mantener hoy en día el argumento de que las elecciones sindicales son un soporte de la unidad de clase, cuando los procesos de externalización son una práctica generalizada y cada vez más profusa. Es decir, en un mismo espacio se producen multitud de situaciones diferentes a las que la representación unitaria no puede responder, porque no le interesa ni legal ni convencionalmente, o bien porque no caen directamente bajo su ámbito de representación (por ejemplo las trabajadoras externalizadas o subcontratadas). La lógica de las representaciones unitarias conduce a que éstas atiendan a los sujetos estables en la estructura, marginando doblemente a quienes ya sufren la precariedad más alta, ya que estas no son potenciales votantes y, legalmente, no pueden representarlas. Los ejemplos más característicos se encuentran en muchas grandes empresas, en las que los eventuales, además de la precariedad, perciben salarios significativamente menores.
La representación unitaria posee actualmente una capacidad menguada para aunar a la clase trabajadora, los efectos de esta son evidentes en la práctica cotidiana. Y esta evidencia no es sólo constatada en nuestra realidad sindical tal y como lo recoge Boltanski y Chiapello cuando se refieren a la representación unitaria evidenciando desde otra óptica, la crisis del actual modelo; “[de] este modo, el proceso de descalificación de los sindicatos se vio de nuevo alimentado porque el protagonismo de las elecciones contribuyó al olvido de los afiliados, hasta el momento en que se advirtió que una pérdida de la implantación demasiado avanzada contribuía a la regresión electoral y que la abstención vaciaba de sentido la organización de elecciones (Labbé, Croizat y Bevort, 1989)”.
Es evidente que la representación unitaria no es un modelo que ayude a los sindicatos a reforzarse, como tampoco puedan ser una herramienta muy útil para la defensa de los intereses de clase. Lo que no cabe duda es su capacidad para la defensa del corporativismo laboral, a tenor de los resultados.
El debate entonces se centra en ¿cómo realimentar los sindicatos? No puede ser de otra forma que cambiando, o reforzando la fórmula de representación sobre la de representatividad.
La representación directa de los sindicatos en las empresas se articulan a través de las secciones sindicales. Al contrario de la representación unitaria no necesitan de la tutela, como tampoco del padrinazgo del empresario a la hora de ser creadas, y responden únicamente a la voluntad de las personas afiliadas al sindicato, incluso a la voluntad del propio sindicato.
Hemos de comprender que las secciones sindicales son parte interna del sindicato, y no […] instituciones contrapuestas, ni siquiera paralelas, sino que aparecen totalmente vinculadas e interrelacionadas al abordar el tema de los representantes sindicales en cuanto que instancias del sindicato en la empresa […]. No puede entenderse que tanto la legislación actual, como la práctica mayoritaria del sindicalismo las secciones sindicales ocupen una posición secundaria. Mucho menos es razonable es que sea beneficioso para el sindicalismo, cuando las secciones sindicales persiguen la acumulación de fuerzas para existir y erigirse como un contrapoder al empresario. Yendo más allá del discurso de representatividad necesaria para la gobernanza de las relaciones laborales.
Desde esta perspectiva organizativa el proceso de deconstrucción de unidad de clase se mantiene con el sistema electivo, al contrario de lo que ocurre con el modelo sindical que se convierte en aglutinador al no respetar la creciente flexibilización o externalización predominante en los comportamiento empresariales. En otras palabras, la complejidad organizativa de la actuación empresarial, las fracturas del sistema de la personalidad jurídica que ello lleva aparejado, y los múltiples elementos de coordinación del empresario, no permiten la representación unitaria ser herramienta operativa.
En la sección sindical tiene cabida cualquier trabajador con independencia de su modelo contractual; fijo-indefinido, falso autónomo, eventual directo o a través de empresa de trabajo temporal,y con independencia del departamento en el que trabaje.
La aglutinación se produce en una doble vertiente, en primer lugar en el centro de trabajo, y en segundo lugar en otro espacio donde que los objetivos económicos y políticos son recogidos en un mismo organismo –el sindicato–, área donde se comparten inquietudes afectivas, solidarias sensaciones con respecto a ciertas ideas, cosas y actos3 rompiendo la organización atomizada de las empresas que pretende segregarles y enfrentarles ante una misma realidad.
Las necesidades de acercamiento de la realidad de la empresa, que manifestaba Baylos a través del conflicto entre los comités de empresa –órganos no sindicales– y el propio sindicato para que este último no perdiera la realidad que impera en la empresa, entendemos que quedan superadas a través de fórmulas participativas, o cotas de democracia interna más altas, en tanto que sean las trabajadoras y los trabajadores quienes conduzcan a las organizaciones sindicales.
La pugna interna que se produce entre el sindicato como macroestructura, y la representación en el centro de trabajo –sección sindical–, de existir, desaparece en tanto que la sección sindical pueda estar presente en los órganos de gestión del propio sindicato, (ejemplo significativo son los acuerdos del X Congreso de la CNT) influyendo tanto en la gestión directa del mismo, como a través de la asamblea de sus miembros en la toma de decisiones que el propio sindicato toma.
En el actual contexto las secciones sindicales son la viva esencia del sindicato en la empresa, en tanto que son una parte organizativa del mismo, su dinámica en la empresa no es electiva sino de base asociativa, necesita de la misma para su existencia y mantenimiento como elemento aglutinador, partiendo de intereses comunes, estabilidad en el empleo, justicia social, etcétera. Si se necesita revitalizar el sindicalismo es necesario cambiar también el modelo de representación, dando mayor cobertura a la representación sindical, y a su vez cambiar los criterios de representatividad.
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