El
pasado 29 de noviembre, se produjo una movilización a nivel estatal a
raíz de la convocatoria de una nueva jornada de lucha y reivindicación
englobada en las que se han
venido conociendo como “Marchas de la dignidad”. Las marchas surgen de
la necesidad de organizar las diferentes luchas y diversas causas que se
multiplican a lo largo y ancho del Estado. Son aparentemente luchas
inconexas, que abarcan problemáticas y actores muy distintos, pero que
tienen en común su origen, ya que nacen desde abajo, de la misma calle, dónde aquellos y aquellas que padecen las injusticias cotidianas son quienes las protagonizan. Mientras las cúpulas dirigentes de partidos, sindicatos o patronales, sí están vertebradas y compactadas, unidas en un objetivo último y común, que no es otro que el de mantener y aumentar sus espacios de poder -cada uno en su ámbito-, sus decisiones, tomadas sin consultar a la mayoría, pero consensuadas entre una camarilla de líderes, afectan, perjudican y agreden a un gran número de personas. Trabajador@s despedid@s, enfermos que padecen los recortes en sanidad, estudiantes y gran parte del profesorado que no pueden disfrutar de una educación pública de calidad o gente a quien echan de su casa a cuenta de bancos con ganancias millonarias, son las víctimas
de unas políticas y un sistema que no se preocupa de ellas, por tanto,
nunca es tarde para que ellas se ocupen de transformar y hacer visibles
las desgracias, humillaciones y sufrimientos que les acontecen.
Es por este motivo que las “Marchas”, su esencia, esa espontaneidad de la que surgen junto a la voluntad de aunar esfuerzos de forma libre, organizada y horizontal, es la que ha de prevalecer, procurando fortalecerla mediante la unión de aquellas organizaciones dispuestas a dar un vuelco a la situación, entendiendo que todas las luchas son necesarias, si es que realmente cuestionan el orden dominante y hacen gala de esos valores que acabamos de nombrar. En consecuencia,
hay que evitar a toda costa la intrusión o intento de ello de elementos
no deseados, tal y como sucedió este pasado 29 de noviembre, a cargo de
los sindicatos de CC.OO. y UGT, que pretendían hacerse un hueco y
presentarse ante la sociedad como canalizadores y catalizadores del
malestar cotidiano y generalizado, como si las décadas de aplastamiento del movimiento obrero mediante pactos (reformas laborales, retraso edad jubilación, moderación salarial) y la tan manida paz social, no hubieran influido.
Quienes habitan o pretenden ocupar las poltronas desde donde se dirigen
nuestras vidas y confiscan nuestros derechos, no han de tener cabida
en este movimiento. De igual modo, si la base y razón de las marchas
son la cooperación, la colaboración solidaria, la participación y la
asociación voluntaria, la idea de
un líder que guíe a la gran masa, que dirija y decida se antoja
inconcebible y repudiable, pues va en sentido opuesto al que se pretende
encaminar la lucha.
La aparición de una figura de ese perfil, entraña una serie de peligros que como podemos comprobar en los últimos tiempos se está reforzando. El papel del líder carismático1
ofrece respuesta a un público ávido y perezoso, que es capaz de
renunciar a su propia condición de individuo, tal y como antaño y hoy
día en menor medida sucedía con la religión. Porque
no preocuparse ni actuar a favor de uno mismo y sus semejantes, no
imaginar y soñar una sociedad más justa, no participar, no disponer de espíritu crítico, no
actuar, no rebelarse, no cuestionarse el orden establecido, no
solidarizarse o no procurar ser los guías de nuestro propio camino es
renunciar a la propia individualidad. Es obvio que el actual sistema
político, de representación y delegación en unos pocos lo que debiera
ocupar a la totalidad de individuos, ha favorecido esa dejación o mejor dicho, renuncia de la propia responsabilidad en los asuntos públicos, que a su vez, ha alimentado el poder de las élites empresariales y políticas, que se han ido viendo cada vez más poderosas y arrogantes, con medidas que hace unos años nos
hubieran parecido impensables. Por tanto, queda claro en este punto que
el reforzamiento de la figura de un líder va unido al debilitamiento de
la mayoría, y ya sabemos a qué conduce eso, única y exclusivamente a que se gobierne en favor de unos pocos y en contra de los más numerosos.
Otro
factor clave en el reforzamiento o aparición fulgurante de alguien que
quiere optar a un liderazgo profundo, es el papel que juegan los medios
de comunicación de masas y las nuevas tecnologías de la información, que impulsan y acrecientan el carisma social, pero a su vez, también pueden destruirlo o eliminarlo fácilmente (lo que no aparece en la televisión no existe).
Si bien el acceso y las fuentes de información se han multiplicado de
forma fulgurante, no es menos cierto que la forma de acceder a esos
contenidos, nos convierten cada vez más en meros espectadores, más
pasivos. Vemos, oímos y leemos más, pero interactuamos menos. Por tanto,
quien pretende liderar un movimiento, partido u organización, lo tiene
mucho más sencillo, ya que se encuentra con una masa de individuos
formados e informados, pero desunidos, aislados y lo más grave, sin
experiencia ni práctica a la hora de organizarse,
lo cual es aprovechado por el líder para instalarse y presentarse como
aglutinador de toda esa dispersión. Las nuevas tecnologías permiten la
participación a distintos niveles, bien es cierto, aunque no
requieren una implicación continuada, más bien, satisfacen impulsos
constantes, pero no ofrecen una alternativa capaz de subvertir el
sistema. Por decirlo de alguna manera, cuando los encendemos, nos apagamos, y dejamos que sean otros los que realmente marquen el camino.
Por último, y a diferencia de lo que sucedía antaño, el líder –como pasaba
a mayor escala con la religión-, no promete paraísos en otros mundos ni
en otras vidas, sino que sabe que la masa necesita promesas concretas,
factibles, inmanentes e inmediatas, racionales y empíricas, pues ante
tal incomprensión y dificultad para entender nuestro lugar en el mundo2, necesitamos certidumbres a corto plazo, léase, una legislatura de 4 años. Ahí
tenemos las promesas de una renta básica universal o “castigar” a los
poderosos (grandes fortunas, bancos, multinacionales) por lo que se han
aprovechado durante la crisis del esfuerzo y sacrificio de buena parte
de la población. Se trata de medidas fácilmente asimilables y
comprensibles por la población, que no hacen más que acrecentar la
disposición a ser guiada, cuando lo que se necesita y precisamente se ha
demostrado en estos últimos tiempos es todo lo contrario, aquello que se sugiere e intuye con las marchas.
Se requiere responsabilización por parte de la gente implicada, pero eso comporta un esfuerzo y dedicación que no está,
al menos de momento, en el horizonte de la mayoría. Pensábamos que la
crisis y el deterioro social y económico primordialmente, iban a
permitir que las grietas del sistema, las injusticias más flagrantes
salieran a flote y convirtiesen el lamento callado y solitario en grito
conjunto, pero se refuerzan o aparecen soluciones, líderes y partidos
mesiánicos contra las opciones que defendemos de implicación y
participación, de decisiones conjuntas y de organización. Ninguna opción
que surja de una minoría, por muy justa que nos parezca y válidas
las ideas o proyectos que proclame, tendrá sentido si los verdaderos y
verdaderas protagonistas no toman las riendas, idean y llevan a la
práctica sus soluciones. La única opción viable es aquella que surja y se
mantenga en la base, que predique con el ejemplo y lleve a la práctica,
aunque sea en el barrio más recóndito o la fábrica más minúscula, los
valores que desde siempre nos han acompañado de solidaridad, apoyo
mutuo, equidad y justicia y espíritu crítico. Podemos ser los
protagonistas de nuestra historia, pero si dejamos que aparezcan líderes, él se convertirá en actor y guionista y a nosotros nos tocará ser figurantes, sin nada que decir ni aportar.
Extraido de la página 30 del número 415 de enero de 2015 del periódico CNT. Puedes consultarlo en:
http://cnt.es/sites/default/files/cnt%20415%20opti.pdf
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