Artículo aparecido en SOLIDARIDAD OBRERA, número 359.
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A principios de diciembre apareció un estudio de la OIT titulado “Informe mundial sobre salarios 2012/2013”, que hace un repaso bastante amplio sobre las tendencias de los últimos tiempos en materia salarial, y del que podemos sacar una serie de conclusiones bien claras que han de hacernos meditar y analizar para ser capaces de organizar y enarbolar un discurso que combata con alternativas la deriva que se viene siguiendo desde hace ya décadas en cuanto a la pérdida de protagonismo de la clase trabajadora –y no me refiero sólo a nivel de remuneración salarial-, pues nuestro papel en el proceso productivo, a la hora de determinar y organizar el mundo laboral, de reivindicar continuas mejoras y derechos laborales, ha menguado a grandes pasos en las últimas décadas.
El informe hace hincapié -y bien lo sabemos nosotros como sindicalistas- que la crisis está sirviendo para acelerar aún más ese decaimiento de nuestras condiciones con rebajas de sueldo, peores condiciones, despidos cada vez más baratos y menores prestaciones sociales (paro y jubilación) o menos accesibles para la mayoría (en sanidad, copago o euro por receta). Como muestra, señalar que dentro de las economías llamadas desarrolladas en el período 2006-2011 los salarios reales han caído, debido a la unión de dos factores, su estancamiento y al aumento de precios. Si tomamos como referencia un período más amplio, del 2000-2011 vemos como la tendencia varía mucho entre continentes y países, ya que por ejemplo en el conjunto de Asia se dobló el salario promedio mensual, pero en China en particular se triplicó, lo que viene a significar un hecho de vital importancia a nivel mundial, esto es, el principio del fin de la mano de obra barata.
Queda clara pues una primera conclusión, que a raíz de la llamada crisis, la participación del trabajo en la riqueza generada está decayendo a pasos agigantados en los últimos años, y abriendo aún más la brecha entre capital y trabajo a costa de peores condiciones laborales (a todos los niveles, en todos los países). Bien sabemos que esa guerra ha sido continuada, y que las épocas de bonanza y crecimiento lo único que han conseguido es mitigar, maquillar y esconder las ansias capitalistas, que no han decaído, mientras que la combatividad, la unidad y la respuesta de la clase trabajadora ha sido tibia a nivel general. Esta tendencia va a ir en aumento tal y como muestra el estudio, por lo que hemos de ser capaces de hacer entender a los demás que quienes crean y producen riqueza somos la inmensa mayoría de trabajadores y trabajadoras, por tanto, no sólo es lógico y razonable, sino justo que ese beneficio se distribuya de forma mucho más igualitaria y equitativa.
El primer factor de desigualdad es esa repartición entre capital y trabajo, en beneficio del primero, pues en el periodo de 1990 a 2009 en 26 de 30 países analizados por la OCDE, la presencia del factor trabajo decayó, pasando del 66 al 61%, incluso en China, que como decíamos triplicó de media sus salarios. Queda claro pues, que no es una novedad de los últimos años, sino un proceso continuado, como es fácil comprobar si atendemos a otros datos, tales como que los aumentos de productividad no han ido acompañados de aumentos proporcionales en los salarios. En USA, desde 1980 la productividad por hora no agrícola aumentó un 90%, pero la remuneración lo hizo sólo un 26´7%, mientras que en Alemania, en el período 1990-2010 los salarios reales continuaron igual a pesar de que la productividad subiera un 22%. Según la OIT, desde 1999 en 36 países la productividad laboral promedio aumentó en más de dos veces los salarios promedio en las economías más desarrolladas.
Otro factor que como trabajadores ha de hacernos reflexionar y que se ha venido gestando y manifestando en los últimos tiempos, es la desigual distribución de estos salarios entre la clase trabajadora, pues si bien aquellos trabajadores más cualificados aumentaron un 7% de media, los menos bajaron un 12% en un estudio realizado en 10 economías desarrolladas entre principios de los ´80 y 2005. Esta caída de la participación del trabajo sería aún mayor si quitásemos al 1% de las personas que más ingresan, lo que magnifica y da una idea aún más clara de esa desigualdad.
Esta debacle en los salarios, esta amplificación de la desigualdad en la distribución de la riqueza (tanto entre trabajadores y capitalistas como entre trabajadores más y menos cualificados) y esta pérdida de derechos laborales ha venido motivada por diversos factores a los que añadimos sus posibles soluciones.
-El primero de ellos lo encontraríamos en los cambios y avances tecnológicos producidos en las últimas décadas, que han derivado en una cada vez menor necesidad de mano de obra poco cualificada, sustituida por maquinaria y tecnología más desarrollada.
Como hemos visto, el estudio demuestra que la productividad ha aumentado exageradamente en las últimas décadas, por tanto, hemos de aprovechar esa situación para trabajar menos horas, pero trabajar más gente. Las ganancias en productividad han de repercutir en un mayor bienestar y en beneficios para quienes producen, es decir, recompensar a quienes viven de su trabajo. La jornada semanal de 30 horas sin reducción salarial por ejemplo, debería ser una exigencia y una forma clara y concisa, directa y fácilmente asimilable para incidir entre la clase trabajadora sobre las posibles soluciones. Repartir el trabajo y repartir la riqueza es un lema que ha de acompañar nuestros mensajes, pues las necesidades de mano de obra van a ir menguando todavía más a medida que la tecnología avance, pues ha sido una constante a lo largo de la historia, el denominado paro tecnológico tan bien explicitado en “El fin del trabajo” (Jeremy Rifkin, 1995). O nos dirigimos a una sociedad donde una minoría muy cualificada esté bien remunerada y una inmensa mayoría viva de trabajos precarios, de la caridad o prestaciones sociales, o nos encaminamos a una sociedad más justa donde se aprovechen las aptitudes de cada uno y seamos todos necesarios.
-Seguidamente, el fenómeno de la globalización, la interdependencia de un mercado que es mundial, global, hace que exista una mayor competencia entre países, que actúa como moderadora de los salarios, pues se compite a ver quién produce más barato.
La globalización no es el problema en este caso, simplemente, hay que procurar extender las mejores condiciones laborales a todos los rincones del planeta, de esa manera, la competencia sí será real. Mientras haya lugares donde los mínimos derechos laborales ni se respeten y la solución de los gobernantes sea precarizar para competir, este problema subsistirá.
-En tercer lugar, el papel de la clase trabajadora ha decaído y el poder de negociación de los sindicatos mayoritarios está en declive, por tanto, su capacidad para negociar mejoras, en retroceso.
No hace falta comentar mucho acerca de este punto, mal que nos pesé, la fuerza global de la clase trabajadora, la falta de conciencia e implicación ha facilitado esta situación, por tanto, para revertirla hay que volver a hacer partícipes a los verdaderos protagonistas de su condición, esto es, de perdedores en un mundo donde otros han ganado mucho más de la cuenta. Por tanto, y en contra de lo que muchos piensan, hace falta más sindicalismo, tal y como lo entendemos nosotros.
De nosotros depende revertir la situación, teniendo claro que quienes se opongan a nuestras propuestas lo harán exclusivamente en tanto que perjudicados, pero hay que hacer entender al conjunto de la sociedad que llevamos muchos años de pérdidas, derrotas y agresiones, por lo que es hora de rebelarse y exigir lo que es justo.
Fdo: S. Sánchez
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